miércoles, 5 de agosto de 2015

Un día de trabajo

Todos pensarían que levantarse temprano es una carga, pero para Don Luis era una maravilla por que seguía con un día más de vida.
Se levantaba de madrugada, antes de que el gallo de Don Gonzalo diera su primera nota.  Tomaba su bata corta hasta la rodilla y se la ponía con singular movimiento que no despertaba a su amada esposa.  Se encaminaba primeramente a lavarse los dientes, ya para entonces eran las 6:00 de la mañana, después; tomaba sus herramientas de jardín y se dirigía al patio trasero a consentir a sus grandes compañeros de la vida. Un guayabo, un aguacate, un papayo, un limón, una lima y una infinidad de plantas pequeñas que los rodeaban.
Las actividades que desempeñaba en el pequeño jardín trasero eran regar, barrer, podar y platicar con su amado ecosistema.   Si, a ellas les confiaba todas sus penurias y preocupaciones.   Ya avanzada la mañana, se retiraba a desayunar; siempre se le veía con un vaso de leche fría y un plátano.  Se retiraba a bañarse y vestirse para emprender el camino a su ferretería.  Para entonces, ya eran las 8:10 a.m.
Los días en la ferretería eran muy hermosos, le encantaba servir y ayudar a sus clientes, algunos ya eran sus amigos y solo lo visitaban para conversar. Su horario de trabajo era el siguiente: de 8:30 a.m. a 11:30 p.m. se retiraba a comer y regresaba a las 2:00 p.m. hasta las 7:00 p.m.  Un horario pesado, pero él lo hacía fácil.
Durante su horario de comida, regresaba a su casa a 5 cuadras de la ferretería.  Comía con su esposa y tomaba una pequeña siesta.  Además de buscar cualquier reparación que le fuera posible realizar, sin pagar a un especialista. Recuerdo que le encantaba ver su casa linda. En este horario, lo cubría su hija, la niña de sus ojos; madre de una mujercita de 15 años y esposa de un maestro de la universidad local.
Al terminar su jornada de trabajo por las tardes, regresaba a casa con su esposa y salían a caminar por su colonia, en los grandes jardines que la rodean y compraban su leche para la cena y de vez en cuando hasta una nieve.
Ahora, solo  me queda el recuerdo de ese gran ser que tuve el honor de conocer.  Recientemente cumplió un año de su partida al cielo, enfermó de cáncer y nunca no los hizo saber.  Conocimos de su enfermedad, ya cuando era tarde… pero dejó un legado impresionante de compromiso y amor al trabajo.  Con su paso, aprendí a amar la naturaleza y las pequeñas cosas de la vida, y a dedicarles un tiempo especial.  Desde entonces mi jardín trasero es en su honor un nicho de vida y solo me resta decirle que vive en mis recuerdos y mi corazón.  ¡Hasta siempre, Gran Señor!


Q.E.P.D.  Luis Aguiar Morones.

2 comentarios:

  1. Hola compañera,me gusto su narración, siempre las personas mayores son grandes sabios que con pequeños hábitos dejan grandes legados y es bonito aprender de sus conocimientos, también miro en su información personal que le gustaría ser buena escritora y le comento que en su narración ya lo hace como una autora profesional. hay talento.

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  2. Hola Alejandra, hace algunso años escuche que la sabiduría te la dan los años y al perder este gran ser querido, constate que era cierto.
    Muchas gracias por tu bello comentario.
    Abrazos.

    Isa.

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